Original por Phil Bourjaily. Traducción y adaptación por Mario Bórquez Brahm para clubdelperrodemuestra.cl
Fotografía por John Hafner
Hay un lote de reglas que intento seguir, aunque no las tengo escritas.
A diferencia de los tiradores naturales con los que cazo, quienes siempre parecen saber qué hacer, yo necesito plantearme reglas y seguirlas para tener éxito. Las reglas no son tan buenas como los instintos básicos, pero frecuentemente funcionan,
La primera de ellas la sigo religiosamente: Siempre le creo al perro. Ellos saben. No es que sepan dónde están las aves porque son astutos. No lo son. Pero sus narices le dicen dónde están las aves, y sólo los idiotas discuten con la nariz de un perro.
No me tomó mucho aprender esta lección y volverla una regla. Cuando comencé en esto, ví el perro de alguien dirigiéndose “en la dirección equivocada” y retornar con un ave en su boca. Eso realmente me impresionó. También lo hizo mi viejo kurzhaar Sam cuando mostró un faisán, al que le disparé. Luego de traerlo, Sam corrió quince o veinte metros y mostró nuevamente. Yo supuse que estaba mostrando una cama caliente donde el faisán había estado echado. Incluso le dije a Sam lo equivocado que estaba (¡!). Así que, en retrospectiva no sorprendentemente, otro faisán se levantó delante de la nariz de Sam mientras yo tenía la escopeta aún abierta.
Desde esa ocasión siempre he creído al perro, incluso si eso me hace ver tonto. Mi episodio favorito ocurrió con mi setter Ike. Incluso para los estándares de los perros, Ike era bastante tonto, pero tenía una buena nariz. He escrito sobre él antes, pero ésta es una de mis historias favoritas de Ike. Mi amigo M.D. Johnson me pidió que lo llevara con su padre y un amigo a una mañana de cacería de faisanes. Yo los llevé a un lugar donde normalmente había muchos de ellos, y a pesar de tener a Ike y a dos labrador, encontramos exactamente ninguno! En un momento nos detuvimos, descargamos las escopetas, y tomamos un descanso.
Ike, a diferencia de mis otros perros, siempre estaba feliz de echarse y tomar un descanso. Luego de varios minutos, Ike levantó su cabeza relajadamente y olfateó. Se levantó, caminó como diez metros y se puso en muestra. Yo murmuré “Siempre créele al perro” casi pidiendo disculpas. Tomé mi arma, la cargué y caminé hacia Ike. El padre de M.D. y su amigo me miraron como si estuviera loco. M.D. cargó su arma por si acaso.
Por cierto, un faisán gordo levantó vuelo delante de Ike. Le disparé, y el ruido de mi escopeta hizo volar un segundo faisán macho, al que M.D. tiró.
Ésos fueron los únicos faisanes que vimos ese día. Y si no hubiéramos creído al perro nunca habríamos podido tirarles.
Así que ya sabes.