Recogido de un grupo de facebook. Traducido y adaptado por Mario Bórquez Brahm para el Club del Perro de Muestra.
Quiero contarles sobre Buck, un setter inglés que mi padre me regaló cuando yo tenía unos 10 años, Le pregunté a mi padre si debería entrenarlo. «Llévalo a cazar y él te enseñará. Tú no puedes oler las aves y él no puede dispararles. Ustedes se enseñarán mutuamente».
Y así lo hicimos.
Buck venía de una perra de un vecino con un macho de un amigo suyo de las cercanías. No había en su pedigree grandes campeones y tal vez no fue el perro más lindo o con más estilo, pero ciertamente podía encontrar aves y estar en muestra aunque tronara.
Como no podía usar la escopeta de mi padre, yo llevaba mi rifle de postones. Cuando Buck mostraba, yo me acercaba lo más que podía hasta que veía un leve movimiento de la codorniz, y le disparaba.
De vuelta a casa, soñaba con el día en que habría juntado suficiente dinero para comprar un setter inglés de alcurnia, con papeles, ancestros campeones, y claro, una reluciente escopeta superpuesta con la que reemplazar mi rifle.
No sabía en ese momento cuán rico era yo. Había 6 familias de codornices en unos potreros a los que podía llegar caminando, y todos mis amigos y parientes tenían granjas a las que podía ir a cazar durante la temporada.
Ahora tengo 68, tengo un gran perro, un rack de escopetas, un 4×4 y todos los chiches; sólo que las codornices ya no están. El cambio en el uso de suelo agrícola a pasturas y bosques ya no permite que ellas tengan donde encontrar semillas e insectos. Hace 15 años que no veo una bandada de codornices en mi vecindario, así que tengo que manejar largas jornadas para encontrarlas.
Ahora sí sé cuán rico era yo.
Este relato es una invitación a reflexionar sobre lo que es realmente importante y por cierto no pretende invalidar los beneficios de la selección canina ni del adiestramiento de nuestros compañeros de campo 😉